Batalla de Araure

Batalla de Araure

martes, 15 de octubre de 2013

¡Araure! [1845- 1883] por Celestino Martínez






Portada digitalizada en la Biblioteca "Luis Ángel Arango" - Bogotá (Colombia) 


1840: ¡Araure! en el teatro histórico

Por Wilfredo Bolívar

El primer contacto con la obra de teatro “¡Araure!”: drama histórico en tres actos, escrito en 1840 por el dramaturgo caraqueño Celestino Martínez (1820-1885), considerada la primera obra de teatro histórico de Venezuela lo sostuvimos en Caracas en el año 1981, revisando la sección de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Venezuela, que entonces dirigía el diligente y desgarbado don Iván Drenikoff, director-fundador de esta peculiar unidad bibliográfica. Ocupábamos entonces nuestro tiempo en tratar de concluir la investigación de nuestro libro de juventud sobre la historia de Araure. En los largos mesones del antiguo edificio de la biblioteca, ubicada detrás del Congreso Nacional, el maestro Drenikoff nos extendió una tarde un folletín de no más de cincuenta páginas con un viejo guión impreso en Caracas, por disposición del Presidente Antonio Guzmán Blanco (1829-1899), editado en 1883 con motivo del Primer Centenario del Nacimiento del Libertador Simón Bolívar.


Treinta años después, nuestros recuerdos sobre aquellas tardes caraqueñas impregnadas con los olores de los libros antiguos, vertidas en la biblioteca para tratar de copiar a mano el referido texto, se han vuelto emoción tangible cuando en la Portuguesa de 2013 acabamos de admirar —¡a viva voz!—, los centenarios parlamentos convertidos en música, sonido y color de la rescatada obra. No equivocamos nuestra ilusión, un año antes, cuando sugerimos a las autoridades culturales del estado, entre otros anhelos, pudiese llevarse nuevamente a escena esta genésica obra del teatro venezolano. El viernes 23 de agosto y martes 13 de septiembre de 2013, quedan así inscritos, en la historia de las artes escénicas de Portuguesa, como los días del reestreno nacional de esta obra doblemente histórica, con una premier ofrecida en la sala Alberto Ravara del Centro Cultural “Herman Lejter” de la ciudad de Guanare; y un segundo montaje, presentado en el foro Gonzalo Barrios, límite de la conurbación Araure-Acarigua.

Bajo la dirección del joven y talentoso Carlos Arroyo, rector de la Compañía Regional de Teatro de Portuguesa, con versión libre de Aníbal Grunn, irrumpe en las tablas este reestreno mundial del siglo XXI para avivar las actividades conmemorativas del Bicentenario de la Batalla de Araure. Y obsequian ambos directores a las candilejas de la Nación una reproducción actualizada de este viejo melodrama histórico dibujado por la prosa de su olvidado autor. Ciento setenta años después de haber sido escrita, la nueva escenificación impele una clara propuesta: trasladar el teatro de cerrado escenario a espacios abiertos, donde los espectadores integran sus emociones a las de los talentos juntados en escena.

En las ancas de los empolvados textos de Celestino Martínez, en la tierra donde se inmortalizara el Batallón Sin Nombre, los acreditados dramaturgos Arroyo y Grunn desnudan el velo del tiempo atesorado por esta añeja pieza teatral, entregándonos un emotivo espectáculo, cuantioso en imágenes, plástica escénica, matices de ‘danza integral’, luz y color, sobre la flotante emoción prodigada por la música vibrante —plena de llaneridad—, producida por el conjunto del Instituto de Cultura del estado Portuguesa, matizado con la ligera incorporación de un Bolívar en escena [Job Jurado], y vívido contrapunteo, letra del coplero Simón Ortiz y Edgar Graterol.

Elogiada desde su relanzamiento bicentenario por el licenciado en artes Carlos E. Herrera, como un “riguroso trabajo teatral” [“Un Araure muy recio”/ www. bitácora crítica, blog sobre el teatro venezolano]; y develado el telón por sus adaptadores, para que cobrasen vida los textos examinados durante nuestra juventud entre los manuscritos del caucásico Drenikoff,  nos ocuparemos en retrotraer los antecedentes de este texto romántico del dieciochesco venezolano, vinculando la literatura de las tablas con las reminiscencias de epopeya de un don Eduardo Blanco.

Vindicado por el bicentenario de sangre de 1813, la doble centuria celebrada en Portuguesa, apareja con este montaje del 2013 una dramaturgia de provincia —no ‘provinciana’—, que ha sabido unir con inteligencia crítica, historia y arte de alta factura. Se trata de una meritoria y vívida ojeada de nuestro olvidado teatro de reminiscencias nacionalistas, inspirado en el épico Araure y un Bolívar de 1840, ajeno a los prosélitos y el fetiche 

"Araure", montaje realizado en el año 2013 - Año Bicentenario de la Batalla de Araure [Fotografía: Wilfredo Bolívar]



"Araure" montada en el 2013 [Fotografía: Wilfredo Bolívar]

Escena del montaje 2013 [Fotografía: Wilfredo Bolívar]

Primera obra venezolana del teatro histórico

Era Celestino Martínez (1820-1885) un joven de veinte años cuando en 1840 publicó en Caracas su texto teatral sobre la batalla de Araure. De modo que a menos de treinta años de haber ocurrido el episodio de armas en las sabanas de la villa, el encuentro bélico ya comenzaba a ser motivo de inspiración para las artes venezolanas.

Según José Eustaquio Machado en su libro “El día histórico” (Caracas: 1929, p. 105), el veinteañero Celestino Martínez publicó de manera anónima una primera versión del melodrama, cinco años después de haber sido escrito como obra de juventud. El texto apareció en 1845 en el N° 6 del periódico “El Repertorio” [Venezolano], impreso que vio la luz ese año en la Caracas de José Antonio Páez. Después de la disolución de Colombia, venía de vivir Venezuela casi dos décadas de reconstrucción nacional en manos de la primera Presidencia de Páez (1830-1835), seguido por sus sucesores José María Vargas (1835-1836), José María Carreño (1836-1837) y Carlos Soublette (1837-1839).

Verificado un nuevo ascenso de Páez al solio presidencial (1839-1843), en los prolegómenos del nepótico ‘Monagato’ y su fraudulenta “Revolución de las Reformas” a la Constitución para asaltar el poder, preconizada por los hermanos José Gregorio y José Tadeo Monagas, era aún El Centauro la principal figura del ámbito político que continuaba aglutinando e inspirando en torno suyo, un entusiasmo colectivo que transcenderá a la bellas artes. El 10 de marzo de 1838, en el periódico caraqueño “La Bandera Nacional” había admitido Páez la noticia de su nacimiento en la remota villa de Araure, negándose él mismo, por carta pública aparecida en dicho impreso se borrase el nombre de Araure, según formal petición de araureños y acarigüeños para crear una sola ciudad bautizada con el nombre de “Unión”.

Las élites políticas de provincia elogian a Páez, mientras un disimulado sector concentrado en Caracas se da a la tarea de comenzar a rescatar la memoria de Bolívar y las glorias de la Independencia. Con muchos protagonistas aún vivos, en el mismo impreso vieron la luz una serie de publicaciones, a manera de seriados, que narraban los episodios de la Guerra de Emancipación. Aunque aún no había llegado el tiempo de mirar a Bolívar como un elemento ‘unificador’ en torno a una Nacionalidad en plena ‘construcción’, se inicia por vía de las artes una suerte de movimiento inspirador que busca exaltar al Libertador a través de motivos que no entrasen en contradicción con los gobernantes insaturados desde 1830.

Es así como el joven dramaturgo Celestino Martínez echa mano de la Batalla de Araure como fuente de inspiración —vinculada a Bolívar— en simultánea concordancia con los elogios provincianos vertidos sobre la figura de José Antonio Páez. En la referida correspondencia dirigida por Páez a los araureños desde Maracay en 1838, el mismo llanero pregona: “Que el nombre de Araure, sea siempre glorioso, siempre heroico […]”. De modo que no habría sido difícil para el polifacético dramaturgo caraqueño darse a la tarea de escribir un texto que pronto se convertiría en una pieza de referencia para la celebración de las fiestas patrias de la Nación.

En 1883, a propósito del Primer Centenario del Nacimiento de Bolívar, cuando Guzmán Blanco edite en un folleto la obra de Celestino Martínez, el mismo autor confesará en edad avanzada: “Tenía yo veinte años cuando en 1840 escribí la ‘Acción de Araure’, drama que poco después, estimulado por algunos amigos, determiné publicar anónimo en El Repertorio venezolano”.  Se trata de un melodrama patriótico concebido en tres actos, redactados a manera de prosa en un estilo romántico, apegado al neoclasicismo, que gira en torno a las vivencias personales y políticas de una familia residenciada en el Araure de 1813, involucrada incidental y accidentalmente a la batalla librada en las inmediaciones del villorrio.

Una truculenta trama mueve a los acartonados personajes: Andrés Solano, soldado del Batallón sin Nombre; Alberto, capitán del mismo batallón; Elías Campos, comandante republicano; Teodoro y Antonio de Castro, oficiales realistas españoles, un oficial de ayudantía; diversos soldados españoles; y las féminas Elena y Marieta, eje del épico como almidonado argumento


Publicaciones conocidas

En su “Ensayo de un repertorio bibliográfico venezolano” (Caracas: 1976, ps. 86-87), recoge el compilador Ángel Raúl Villasana que la obra de teatro “¡Araure!”, escrita en 1840 por Celestino Martínez (1820-1885), fue publicada por vez primera en 1845, cuando apareció impresa por la Imprenta de Valentín Espinal bajo el título “La batalla de Araure, drama en cinco actos”. La referencia está tomada del Boletín N° 9 de la Biblioteca Nacional (1° de octubre de 1925, p. 275), dada la importancia de haber sido la primera obra de teatro histórico conocida en la Venezuela rural tutelada por el autonomismo paecista de su primer periodo post-grancolombiano.

Veintitrés años después de haber visto la luz en caracteres tipográficos, tendrá en suerte Celestino Martínez, en avanzada edad, ver publicado su añoso texto con motivo del Primer Centenario del Nacimiento de Simón Bolívar. En 1883, ordenaba el ‘Autócrata Civilizador’ Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) reimprimir la conocida pieza para ‘vindicar’, bajo sus particulares intereses personalistas, la memoria de El Libertador, en su desvergonzada intencionalidad de asociar la deshonesta administración de su gobierno a las glorias de Bolívar. Este proceso histórico-político-cultural de ‘vinculación’ por ‘asociación’ a la memoria de Bolívar, se había iniciado en 1842 cuando José Antonio Páez se dio a la tarea de repatriar las cenizas del caraqueño hasta ese año sepultado en Santa Marta.

En un pequeño folleto, con el título “¡Araure!: drama histórico en tres actos” (Caracas: 1883, [5] 48 pp.), Guzmán dio a la luz esta obra sobre la batalla homónima antecedido por una pomposa portadilla: “Ofrenda al Libertador en su primer Centenario, impresa por disposición del Ilustre Americano, Regenerador, Pacificador y Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, General Guzmán Blanco – Caracas: 24 de julio de 1883, Imprenta Bolívar”. Dos ejemplares son conocidos de ese tiraje: un original conservado en la sección de Libros Raros de la Biblioteca Nacional de Venezuela en Caracas; y otro digitalizado, en el presente año 2013, por la Biblioteca Digital “Luis Ángel Arango” con sede en Bogotá, autografiado por su autor a su “amada hija María”, dado que Celestino Martínez residió por largos años en la referida capital colombiana.

En la cuartilla de presentación del impreso confiesa el dramaturgo caraqueño: “Tenía yo veinte años, cuando, en 1840 escribí la Acción de Araure, drama que, poco después, estimulado por algunos amigos, determiné publicar anónimo en el Repertorio Venezolano”. Y adiciona con minuciosa humildad: “Debido acaso al sentimiento patriótico que en él domina, de ser el primer escrito histórico de este género […] ha merecido el honor, a pesar de los defectos de que adolece, de ser representado en muchas ocasiones, y principalmente en festividades nacionales […]”.

Dos años antes su muerte, ocurrida en 1885, el propio Celestino Martínez, al calificar su texto como una “insignificante obra” de juventud, admite en 1883 que durante los días de ‘fiestas patrias’ la pieza era frecuentemente llevada a las tablas por los amantes del teatro local. El mismo testimonio lo trae dos años después el viajero bogotano Isidoro Laverde Amaya. En su libro “Viaje a Caracas” (1885), al referirse a la edición y escenificación del referido texto teatral, escribe este escritor, crítico e historiador colombiano lo que sigue: “Bajo tales auspicios escribió don Celestino Martínez, en 1840, su drama histórico ‘Acción de Araure’, que durante muchos años se ha representado con boga en los teatros de Venezuela, y que últimamente, refundido en tres actos, se imprimió con el solo título de ‘¡Araure!’ como ofrenda como ofrenda del escritor en el día del Centenario” (Isidoro Laverde Amaya, “Viaje a Caracas”, 1885 Tipografía de I. Borda, p. 126).

Consta entonces que, por lo menos hasta los prematuros albores culturales del siglo veinte, la épica obra teatral sobrevivirá a su tiempo histórico, bien a través de la memoria bibliográfica, la crítica literaria de provincia o a sus recurrentes montajes verificados durante los días de fiesta nacional. Contribuirá no menos a su supervivencia editorial el surgimiento del incipiente Nacionalismo político venezolano del siglo XIX, iniciado por el liberalismo ‘civilizador’ del autocrático, personalista y licencioso gobierno de Antonio Guzmán Blanco, genésico manipulador de la imagen histórica de Bolívar.

Argumento y trama 

Contrario a lo que podría esperarse, la obra teatral de Celestino Martínez  (1820-1885) sobre la Batalla de Araure no escenifica la acción de armas librada por Simón Bolívar en 1813. Bajo los recargados y rebuscados hilos del romanticismo literario de mediados del siglo XIX, “¡Araure!” [drama histórico en tres actos] muestra una trama argumental que prefiere reflejar, por parte de su autor, una personal recreación de la brutal refriega, con referentes accidentales de la jornada épica, protagonizada personalmente por El Libertador.

Escrita y publicada en forma anónima en 1840, cuando los campos de batalla aún conservaban su olor a pólvora por una guerra que no llegaba a veinte años de haber concluido en Carabobo, la truculenta historia gira en torno a una familia común y corriente residenciada en el Araure colonial de 1813, la cual, como todos los grupos sociales de su tiempo, sufren el desmembramiento familiar causado por la Emancipación. La Guerra de Independencia aparenta ser el principal motivo de la obra, pero el hilo argumental encubre una historia que usa el episodio de armas ocurrido en los alrededores de la villa para mostrar, de alguna manera, la descomposición familiar de una sociedad de clases que subyace en los secretos de las antiguas casonas, mientras España se derrumba en América.

Siete personajes interconectan el melodrama teatral: don Andrés Solano, un soldado del Batallón “Sin Nombre”; Alberto, joven capitán del mismo componente militar; Elías Campos, comandante republicano; Teodoro, oficial al servicio de España; Antonio de Castro, oficial igualmente de las tropas del Rey; la joven y enamorada Elena, hija de crianza de Andrés; y finalmente su cuidadora Marieta, ambas residenciadas en el antiguo villorrio de Araure. Derrotado el ejército patriota en Tierritas Blancas cerca de Cabudare, el 10 de noviembre de 1813, Andrés y Alberto regresan a su casa araureña encontrándose, además del hogar saqueado, la infausta noticia que Elena ha sido raptada por los españoles. Enamorado Alberto de la joven Elena se impone que su raptor, Antonio de Castro, es un nombre ligado al oscuro pasado de la familia, secuestro que viene a desentrañar una íntima historia que envuelve y compromete los secretos de su estirpe.

Develadas las primeras evidencias del melodrama, se convierte la villa en escenario inevitable de la Batalla de Araure que el 5 de diciembre de 1813, no solo desencadena en victoria en las pampas aledañas, sino que descifra un telón de fondo que trae un gran secreto para la castiza familia araureña. La villa Pilarica es el epicentro de la contienda, anunciada por el Comandante republicano Elías Campos, en momentos cuando Elena, evadida de sus captores, anuncia haberse enamorado durante el corto cautiverio de su raptor español Teodoro.

Consumado el choque de armas, sugerido a lo lejos por estruendos de artillería y clarines de victoria, Marieta y Elena, al pie de una pequeña colina de Araure, recorren el campo de batalla convertido en mortandad. Los diálogos retrotraen las referencias protagónicas del combate, contenidas en los textos de la época, hasta que el melodrama baladí devela el esperado ‘secreto’ que atañe y compromete a todo el grupo familiar. Concentrados en torno a un agónico Antonio de Castro, frente a la imperturbable mirada de Andrés, Alberto, Elías Campos, Marieta y Elena, se dilucidan los orígenes de la traición escondida por el oficial, para finalmente correr el telón de fondo que revela el verdadero origen de los hermanos. Finalmente, Teodoro se une al Ejército Libertador, mientras De Castro fenece perdonado por los concurrentes.

Quien busque toparse en escena con una representación descriptiva de la batalla, se encontrará por el contrario con una narración del combate apenas sugerido por los parlamentos de los protagonistas. Apegada sin embargo a las fuentes de la época, la trama argumental delinea el hecho histórico con una carga personal y humana, convirtiéndolo en un episodio familiar. Bolívar es apenas una imagen sugerida en los rasgos épicos delineados por el joven autor de la obra, quien descansa todo el peso de la historia en unos personajes acartonados, unidos circunstancialmente por una acción de armas ocurrida en los alrededores de la casa.

Valoración y fuentes

Dos versiones son conocidas de la pieza teatral “¡Araure!” [drama histórico en tres actos] de Celestino Martínez (1820-1885). Una primera, aparecida en “El Repertorio” (Caracas: junio, 1845, pp. 358-383) y una recreación del mismo texto, aumentado y corregido por el propio autor, publicado en 1883 por orden de Antonio Guzmán Blanco (Caracas: 1883, [5] 48 pp.). La primera, una ‘obra de la juventud’, a tenor de lo expuesto por el autor en 1883; y la segunda, una versión actualizada y revisada por el dramaturgo donde se permite la licencia de incluir nuevos personajes.

En ambas, naturalmente, la dieciochesca trama hilvana la narración de la batalla a través de diálogos sostenidos a la vista del choque de armas frente al estentóreo campo de batalla. En la versión del “Repertorio” [1845] precisa Martínez: “La escena pasa en un bosque entre la villa de Araure y La Galera”. Mas, en la versión de 1883, apostilla el dramaturgo: “La escena representa un bosque: a la derecha habrá una pequeña y tortuosa senda que se pierde en el interior de él […] Decoración única para los tres actos”. Aparentemente disímiles, ambas afirmaciones permiten inferir que Celestino Martínez debió haber venido o estado en Araure durante su juventud, familiarizándose con el paisaje antes de escribir su pieza teatral. Ello explicaría, por parte de este literato de las tablas, haber comprobado en campo que solo el cerro “La Galera” —el punto más elevado de la histórica meseta— podría servir de imaginado escenario a los personajes apostados a cierta distancia de la aturdida metralla sobre la pampa araureña.

Resuelta la imaginada locación, se encargó el polifacético escritor de transmitir, en voz de los abrumados personajes, la vívida narración de la acción de armas. Una lectura entre líneas nos hace reconocer en Celestino Martínez los méritos de una rigurosa investigación antes de escribir esta obra. La descripción del choque de armas que Andrés Solano, como soldado del Batallón “Sin Nombre”, describe a Elena [Celestino Martínez, Ib. p. 36] es casi una copia a pie juntillas de las “Memorias” escritas por Rafael Urdaneta, cuando el protagonista marabino refiere que en Araure “bastaron cinco minutos de fuego para desordenar a la infantería de los españoles” [Urdaneta, sic.]. Otros pasajes de la relación histórica usada por Martínez siguen igualmente el hilo narrativo de las fuentes entonces conocidas.

Tocaría indagar, tarea un tanto difícil, las motivaciones que inspiraron a Celestino Martínez concebir una historia dramática, alimentada por variables ajenas a la auto-denominada ‘historia oficial’. Más allá de una intencionalidad historicista, debió haber existido algún motivo familiar, alguna inspiración personal del autor para situar, en el núcleo de una familia de Araure, los intríngulis de un drama que devela la humana cicatriz de la guerra social venezolana que intentó expurgar los fueros de la Monarquía.

En su libro “Teatro, cuerpo y nación: en las fronteras de una nueva sensibilidad”, la investigadora y crítico teatral Dunia Galindo devela algunos códigos semiológicos de la obra. En el capítulo IX de su ensayo “Batallas y sucesos históricos: bitácora de la escritura patria”, refiriéndose a la ‘Acción de Araure’, la escritora advierte: “Si se trataba de escenificar una guerra fratricida, como en efecto nos lo propone el texto, la situación dramática en consecuencia, se realiza en términos de un reconocimiento mutuo [de los personajes], de una reconciliación con el pasado” (Dunia Galindo, “Teatro, cuerpo y nación”, Caracas: 2000, Monte Ávila Editores Latinoamericana, p. 163). En criterio de Galindo, la tramoya argumental de “¡Araure!”, pasa por comprender los antecedentes del discurso de la ‘Nacionalidad’ hacia 1845, a la luz del trauma social y humano vivido por familias comunes y corrientes durante la guerra magna.

En Celestino Martínez, mirado desde el género teatral, el drama histórico en tres actos “¡Araure!” funge de pretexto argumental para reflexionar, en voz alta, sobre el impacto social que durante la primera mitad del siglo XIX la Guerra de Independencia vuelca sobre las pequeñas historias familiares y de vida. “¡Araure!” no persigue escenificar una batalla, sino transferir argumentalmente, por medio del teatro, el costo social que significó el desmembramiento de la intimidad familiar como consecuencia de una guerra, más familiar que internacional. 


Celestino Martínez: el Da Vinci venezolano


En 1885, dos años después de haber visto reeditada por el Presidente Antonio Guzmán Blanco su celebrada obra de teatro “¡Araure!” [drama histórico en tres actos], tras haber vivido 65 años de una creativa y prolífica existencia, el 25 de diciembre de 1885 morirá Celestino Martínez en la Caracas que le vio nacer el 19 de mayo de 1820. Discípulo de Juan Lovera hacia 1832, era el dramaturgo hijo de Juan Martínez Alemán, ministro de la Corte Suprema hasta su muerte en 1847 y de Isabel Sánchez.

Escritor, pintor, dibujante, litógrafo, impresor, fotógrafo y dramaturgo, Celestino Martínez vino a ser en la atrasada Venezuela del siglo XIX lo que Da Vinci para el Renacimiento italiano. Animado por los adelantos científicos de su tiempo, en Caracas se convirtió en uno de los cultores más fecundos de las bellas artes. Polígrafo y polifacético, su despertar como dramaturgo está asociado a la repatriación de los restos de Libertador Simón Bolívar que en 1842 ejecutó el General José Antonio Páez. Tres años antes, a los diecinueve años ya impartía clases de dibujo en la sede de la Sociedad Económica Amigos del País, institución decretada por el Centauro.

Hacia 1844, trabaja Celestino Martínez junto a su hermano Gerónimo en el taller litográfico de Müller y Stapler, donde realiza un tiraje de grabados para “Los Misterios de París”, el primer libro ilustrado publicado en Venezuela. Y en 1846, realiza pruebas a color para unas hojas sueltas con un retrato del Libertador [dibujo de F.J.M], considerado el primer cartel ilustrado impreso en Venezuela. Admirador de Páez y Bolívar, el mismo año imprime un retrato ecuestre del Centauro, basado en un dibujo del sobrino del lancero Carmelo Fernández. El 7 de septiembre de 1846, el “Diario de la Tarde” ofrecía en sus páginas esta estampa coloreada (0,575 x 0,395), impresa por la Litografía venezolana, cuyo único ejemplar conocido reposa actualmente en el Museo Histórico Militar de San Mateo, estado Aragua (Alfredo Boulton, “20 Retratos del General José Antonio Páez”, Caracas: 1972, ps. 44-45).



El 23 de enero de 1847, por mediación del Ministerio de Hacienda colombiano, Celestino Martínez envía al Presidente neogranadino un retrato del General Páez. Y cuando el llanero caiga en desgracia por el asalto al poder de José Tadeo Monagas, el artista y dramaturgo tomará la decisión de ‘auto-exilarse’ en Bogotá, donde desarrolla una intensa labor como impresor. En esa ciudad funda la litografía “Martínez-Hermanos”; y en 1849 otro retrato del lancero, salido de su pluma, circula con el sello editorial de Manuel Ancízar.

En Bogotá los hermanos Celestino y Gerónimo Martínez se dan en colaborar con el periódico “El Neo-Granadino”, impreso dirigido por Ancízar en el que realizan pioneros ensayos de la ciencia litográfica. Se debe a su particular dedicación el uso del grabado como vehículo periodístico. Así, hacia 1853, interesados ambos en los procedimientos fotográficos, Celestino viaja a París y aprende el procedimiento de los negativos en papel, inventado en 1851, perfeccionado por su hermano Gerónimo en 1856.

En 1860, Celestino Martínez será nombrado Cónsul de Venezuela en Bogotá, cargo que abandona en julio de 1861 cuando Páez regrese a Caracas y asuma transitoriamente el poder. Tres décadas después, pese a sus méritos como artista plástico del siglo XIX, el nombre de Celestino comenzará a ser olvidado en la centuria que continúa. Algunos autores, como Carlos Salas y otros diccionarios biográficos contemporáneos le asignan erróneamente los años 1842 y 1921 como fechas de su nacimiento y muerte, respectivamente (Carlos Salas, “Materiales para Historia del teatro en Caracas”, Caracas: 1967, p. 351).


Antes que concluya el siglo XIX, Celestino Martínez parece un olvidado entre sus coterráneos. Una litografía suya, “El llanero domador”, sirve de portada a la primera edición de la revista caraqueña “El Cojo Ilustrado” [1° de enero de 1892]. Sin embargo, a pesar de que al pie del divulgado jinete corvo es legible su inconfundible firma, en los créditos de la publicación puede leerse: “Grabados: El llaneo domador, dibujo a pluma por Gerónimo Martínez”. 



         

Cuando en julio de 1861 Celestino Martínez (1820-1885), padre del teatro histórico en Venezuela con su melodrama “¡Araure!”, regrese a la tierra nativa animado por la asunción de Páez al solio presidencial, el dramaturgo se había convertido para los venezolanos de su tiempo en un editor reconocido, tanto en Bogotá como en Caracas.


En Bogotá permanecerán algunas de sus obras, conservadas en la actualidad por el Museo Nacional de Colombia. Entre otras, la litografía “El Ejército del Norte” (N° 1877); un retrato de don Pedro Fernández Madrid (N° 1903); el grabado “Aranzazu” (N° 1907); un retrato de Francisco Zaldúa (N° 1911); el grabado de un retrato de Francisco de Paula Santander (N° 1866); y un retrato al óleo del padre del propio Celestino, el prócer don Juan Martínez Alemán. También es suya una litografía con el retrato de Manuel Ancízar, que sirvió de ilustración al libro “Peregrinación de Alfa” (Bogotá: 1853, Imprenta de Echeverría Hermanos).

Residenciado en Caracas, se dedicará por igual este Da Vinci de las artes plásticas, a continuar su tarea precursora, tanto en la fotografía como en la pintura. Asistido por las técnicas más avanzadas del momento, como fotógrafo profesional, hasta el presente Venezuela aún no termina por descubrirlo como adelantado del género. Mientras que, como pintor, sus obras son escasamente conocidas, a pesar de haberse ocupado en la capital en “la fabricación de los elementos y sustancias necesarias para su trabajo”, labor que lo convirtió igualmente, junto a Martín Tovar y Tovar (1828-1902) y José Antonio Salas (1842-1936) en pionero de este campo de las artes plásticas.

En 1867, expone en el Salón de Fotografía de Próspero Rey, según reseña el periódico caraqueño “El Federalista” en su edición del 1° de mayo de 1867. De esta época es su óleo “Los cazadores a caballo en la posada” [1866, colección GAN], pintado bajo una temática costumbrista que evidencia, según los entendidos, una influencia del reconocido pintor colombiano Ramón Torres Méndez (1809-1885). El 28 de julio de 1872, participa en la “Primera Exposición anual de bellas artes venezolanas”, organizada por James Mudie Spence en el Café del Ávila de Caracas, donde exhibe dos cuadros de su autoría: “Huida a Egipto” [‘argumento expresado con originalidad y maestría’]; y un retrato ecuestre del Mariscal Juan Crisóstomo Falcón, “de parecido completo” según advierte el periódico “La Opinión Nacional” el 29 de julio de 1872.

En 1877 se convierte Celestino Martínez en uno de los profesores fundadores de la Academia de Dibujo y Pintura del Instituto Nacional de Bellas Artes, el cual inició sus cátedras el 1° de septiembre de ese año. Al final del curso, el 5 de julio de 1878, Celestino revela un óleo-retrato de doña Belén de Alcántara, esposa del Presidente Francisco Linares Alcántara (1825-1878), según el referido impreso “de un parecido extremo y de una notable propiedad de colorido” (“La Opinión Nacional”, 10 de julio).

En 1883, llegado el Primer Centenario de Simón Bolívar, Martínez será designado junto a Ramón de la Plaza y Antonio José Carranza, miembro del jurado de la “Exposición Nacional de Venezuela”, realizada en Caracas en homenaje al Libertador. Dos años después, en noviembre de 1885, es nombrado inspector y administrador de edificios públicos del Distrito Federal, hasta que la muerte lo encuentra en su Caracas natal el 25 de diciembre de 1885. En esa ciudad había casado en 1846 con Clara Lyon, y una de sus hijas, Isabel Martínez Lyon, se convertirá en madre del célebre humorista y caricaturista venezolano Leoncio Martínez “Leo” (1889-1941).

Pese a su notoriedad, la frágil memoria de la desagradecida ‘venezolanidad’ cubrirá con su velo de Alzheimer el nombre de Celestino Martínez (1820-1885). De celebrado pintor, fotógrafo y uno de nuestros más conspicuos prosistas, el dramaturgo pasará a formar parte del panteón de los olvidados, casi en las narices del mismo siglo que le vio nacer. Cien años después de haber celebrado en 1883 la reedición de su drama histórico “¡Araure!”, una sarta de imprecisiones, repetidas por diversos autores, comenzará a cubrir de ‘anonimato’ el antiguo esplendor del celebrado editor y dramaturgo 






Celestino Martínez (1820-1885) Reproducción: Wilfredo Bolívar





                                         Celestino Martínez (1820-1885) y su hermano litógrafo - Reproducción: Wilfredo Bolívar


2 comentarios:

  1. MIL GRACIAS POR ESTE ARTICULO... ESTA EXCELENTE!!!

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  2. Gracias Gabrhiel Toro por tu valoración. Tanto el drama histórico "Araure" como Celestino Martinez son dos grandes olvidados de nuestra historia nacional

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